ATARDECER EN EL HOTEL III
Es verano, en la terraza del Hotel presencio por casualidad una conversación entre un elegante caballero con un impreciso acento andaluz y una enigmática señora de edad indefinida a la que llama su musa.
Musa.- Poco después al vernos de nuevo en Nueva York ¿te acuerdas lo que me solicitaste?
Poeta.- Claro que me acuerdo. Te pedí un timbre que no fuera ni mundano ni imaginativo, sino la libertad del instinto primitivo humano, esa que es común a todos los seres. Aunque para saborearla tuviera que colocarme en el lugar indeseado y en el tiempo inoportuno. Te pedí conocer ¡Mi pura esencia!. Lo siguiente que escribí, iba dirigido a ti: Pero no quiero mundo ni sueños, voz divina, quiero mi libertad, mi amor humano, en el rincón más oscuro de la brisa, que nadie quiera. ¡Mi amor humano!
Musa.- Y yo, ¿Qué clase de música puse en tu boca?
Poeta.- Un canto en primera persona identificado con la pena, el recuerdo y la vida. Una música honesta y natural que habita en todo ser humano. Para poder expresar mi verdad con una poética que acabe con las sarcásticas farsas a la moda. Algo así dejé escrito: Quiero llorar diciendo mi nombre, rosa, niño y abeto, a la orilla de este lago, para decir la verdad de hombre de sangre, matando en mí la burla y la sugestión del vocablo.
Musa.- Como una chispa, que te llevó a una nueva perspectiva lírica.
Poeta.- Fue como aprender un truco de magia, que hacía volar mi espíritu al instante anterior al nacimiento, y ver las cosas desde allí, desde ese lugar donde todo se siente sin corazas ni refreno. Y así puede expresar el feliz objetivo presente en todo aquello a lo que dediqué mi búsqueda poética. Dicho en forma personal: Pero me iré al primer paisaje de choques, líquidos y rumores, que trasmina a niño recién nacido y donde toda superficie es evitada, para entender que lo que busco tendrá su blanco de alegría.
Musa.- Un original punto de vista poético.
Poeta.- Sí, el del alma que viaja al escrito, viendo, desde lo anterior al nacimiento, la soledad del amante abandonado, el tiempo que se lleva las ilusiones, o el que deja acumuladas decepciones. Dije: Vuelo fresco de siempre, sobre lechos vacíos, sobre grupos de brisas y barcos encallados.