UNA MANO
Una mano es, sin tocarla, para tocar el mundo.
Unos labios son, sin besarlos, para hablar de él.
Un cuerpo es, inacabado, el planeta más hermoso.
Una sonrisa, cuando me hiere, es el final de mí.
La poesía puede considerarse una de las artes más antiguas que jamás haya cultivado el ser humano, posiblemente después de la pintura y el relato oral. Si tuviésemos el atrevimiento de intentar definir qué es poesía, nos quedaría algo así de feo y cojo como: “la expresión artística de la belleza mediante la palabra”. Ya sea esta escrita o no, pues no hemos de olvidar que las canciones y los poemas épicos orales han jugado un papel crucial en los tiempos del relato en la hoguera y de las casas tribales comunes. Y digo cojo y feo porque la poesía también se ha utilizado ampliamente para definir cosas que no son bellas. La rima y la cadencia, le dan una musicalidad fonética especial, que hace fácil para el común de nuestra especie su recitado; su seguimiento; su entonación. Por lo tanto, es un campo fértil para todo tipo de chamanes y sus fieles seguidores. Sin duda, en los primeros tiempos de la Eclesia –entendida como unión de los comunes para adorar a un dios– el tempo y el ritmo del verso fue un pegamento social inexcusable. Esta musicalidad no instrumental es una característica única que la diferencia de cualquier otra arte y no es de extrañar que haya sido de su matrimonio con la música, el nacimiento de artes tan variadas como la música cantada –lirismo–, la literatura (relato en verso como la Ilíada u Odisea) o el teatro.
Para hacernos una idea de su importancia, en la antigua china de los emperadores, la poesía era facultad requerida para poder ingresar en la corte y prestar tus servicios como funcionario a la orden del emperador. Si no dominabas la escritura y la poesía, de nada valían tus otros talentos como militar, diplomático o estadista. La poesía era también la fruta preferida de gobernantes, militares y grandes conquistadores. Sumerios, celtas, griegos, romanos… Toda civilización antigua que se precie, cultivaba la “canción de los dioses”, “el canto al amor” o los relatos de héroes. El poema de Gilgamesh tiene casi 4000 años de antigüedad. Y hay muchos historiadores que consideran que la poesía es tan antigua como la escritura. Es decir, cuando se pensó por primera vez en dejar huella escrita, fue para alabar mediante la rima o para llevar cuentas económicas de palacio. En cuanto al teatro, un breve apunte: desde época griega, este utilizó el verso como pilar fundamental, alcanzando en el Siglo de Oro su culmen con Calderón de la Barca. El soneto llevado a su máxima expresión. Posiblemente, y con permiso de los griegos, el autor cumbre a nivel mundial de toda la Historia del teatro. Aun así, la importancia y la sensibilidad hacia la poesía, parece haber quedado relegada a frases hechas pareadas o a dichos célebres de tal o cual pensador. El oído para el soneto se ha perdido. La paciencia para entender un relato versado, se ha esfumado, también. Los lectores asiduos de poesía en toda España, no llenarían ni una plaza. En el siglo XXI, la poesía en manos del común es un arte relegado a lo absurdo.
La fotografía, sin embargo, goza de muy buena salud. Esta es una técnica nueva, nacida a finales del siglo XIX, aunque sus orígenes tecnológicos se podrían remontar al siglo V antes de Cristo, con la invención de la cámara oscura. Bien es verdad que las primeras impresiones fotográficas se realizaron a principios del siglo XIX, pero no fue hasta finales de aquel siglo cuando se consiguió afinar la técnica, dando alumbramiento a este arte, precursor a su vez del séptimo que estaría por llegar: el cine, imágenes en movimiento. Según muchos pensadores y artistas de la época, la fotografía iba a acabar con la pintura. Pues su capacidad de ser cronista de la realidad, se veía superada por la pericia de la cámara oscura. Sin embargo, del mismo modo que la televisión no acabó con la radio, la fotografía lo único que hizo fue redefinir la pintura; sus ámbitos de aplicación y su relato para con el mundo.
La fotografía, como el Ser humano moderno, necesita estar atada a una máquina que relate el mundo. Sin la técnica, este arte sería imposible de ser plasmado. La poesía requiere de un artificio mucho menor: con la simple comprensión del idioma y su uso emocional/sentimental, basta. El límite lo pone la persona, y no únicamente una emulsión fotosensible o una distancia focal concreta. “Una imagen vale más que mil palabras”. Este es el mantra del siglo XX: la imagen es objetiva. No miente. Relata la importante. La realidad tal y como es. La luz atrapada; el instante robado será el legado objetivo de nuestros ojos para la posteridad. Mentira. Mentira. Mentira. El objetivo, como es obvio, niega todo lo que de él escapa. La objetividad, como es obvio, no existe en ningún ápice de la naturaleza, mucho menos en el alma humana. La fotografía lo único que ha hecho ha sido fabricar un mundo más rápido e impaciente, acabando con el sosiego necesario para interiorizar el verso. Ha superespecializado a nuestra especie. El relato, ahora lo entendemos en imágenes. Lo visualizamos. Nuestra experiencia de la realidad es cinemática. Con todo lo bueno y malo que trae consigo.
¿Y en el siglo XXI? El hombre contemporáneo, que ya no lo es pero que tampoco sabemos lo que es. La revolución del silicio. El novísimo Internet que parece llevar con nosotros toda la vida. Las redes sociales que acercan a quienes están lejos pero alejan a quienes tienes cerca. En este mundo rápido como la luz, tecnológico y conectado en línea, donde nadie tiene tiempo para nada y un vídeo de 30 segundos en Facebook se nos antoja insoportable de ver. Donde todo el mundo tiene opinión para todas las cosas. Donde la imagen es la reina indiscutible como forma última de la pornografía, en detrimento de la poesía como forma última del erotismo. Donde parecemos haber perdido la paciencia y el hábito de observar las cosas pequeñas y lentas: la caída de un copo de nieve. El caracol en su eterno festín diario de hojas… En este mundo post-contemporáneo, ¿qué sentido tiene crear una Quimera híbrida que, además de no aterrar, corre el riesgo de perder fuerza? ¿Por qué este empeño en mezclar lo nuevo con lo viejo? ¿La moda con lo olvidado? ¿El hábito con la excepción?
Desde mi confusa opinión, la respuesta es para intentar ver lo que de una hay en la otra. Los subconjuntos posibles que soy capaz de imaginar. Qué herramientas hay en común, sirviendo al sujeto artístico. Qué Pathos esconde un paisaje de hierro y cristal y qué objetividad hay en una poesía privada, relatada al mundo. Como dijo hace años la gran Marga Clark: «La poesía es visión, la fotografía es mirada». Por lo tanto, observar para discriminar. Negar aquello que escapa del encuadre. Diluir el fondo tras la figura. Pero, al tiempo, arrojar un concepto de mundo; del Universo y de todas las historias que lo habitan. “Leves Retazos de un Pasado Presente” intenta esto con igual fortuna que desatino. Su mecanismo: Mundo, Miseria y Muerte. Su tensión entre pornografía visual (voyeurismo) y erotismo escrito (juez y parte), como pilar que no sabemos si sustenta o hunde. Unir para sugerir. Plasmar para imprimir. Palabra. Imagen. Relato. Verso.
Gabriel Barrios Martín es autor del libro de fotografía y poesía “Leves retazos de un pasado presente”, publicado por la Editorial Sar Alejandría.