A lo anterior, su interlocutor le responde lo siguiente
–Nada, que no cuela, esas cosas del alma, el cielo prometido después de una vida de sufrimientos, el valle de lágrimas, y la buena muerte, no son más que una forma torpe de conformarse, fruto de una domesticación del ser humano hecha por el poder. Cada vez somos menos los que compartimos esas bobadas. Escucha si te apetece el siguiente poema de Concha García (1956)
COMO UN DECÁLOGO
No hacer lo mismo.
No avanzar en el círculo
para la causa repetida.
No centrarse en el punto
de donde partir siempre.
No al dilema irresuelto
que se derrite en el cuerpo.
No al horario que avanza
en un universo cerrado.
No a los seres que ofrecen
su porvenir en un rato.
No a la mujer repetida,
no al merodeo en espiral,
no a la bocanada de aire
que te vuelca hacia un lado
y deja una tristeza risueña
de recuerdos desangelados.
Y añade con un cierto aire de enfado, –No solo comparto ese decálogo, sino que además te digo que a la vida le da sentido vivir lo de aquí.
A lo que el otro contesta tajante
–El sentido de la vida es algo que está más allá del vivir y del morir. Siendo el lenguaje lo que nos forma como humanos, el hecho mismo de que en ese lenguaje exista la posibilidad de nombrar lo eterno, lo inexplicable del arte y lo misterioso del paraíso, es suficiente prueba de que algo espiritual hay en nosotros. Mira si no el poema de Ángel Campos Pámpano (Badajoz 1957-2008) qué bien lo dice
OFICIO DE PALABRAS
Conforme a la costumbre
antigua de su oficio,
las palabras anuncian
el drama lentamente.
Ocupan los objetos
y enseguida los niegan.
Se dan al desamparo
de los nombres perdiendo
el tiempo si fabulan
historias que no existen.
No es casual que a veces
procuren el poema,
la vigilia, la muerte,
la idea de la rosa.
A lo que después de la lectura añade, –Por eso el arte y la poesía (arte con palabras) puede que se vaya transformando según cambie la sociedad, pero al menos en su lado espiritual no dejará jamás de existir.
Julio Alcalá
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