Dicen que hay cinco sentidos, aunque mantengo la tesis de que hay un sexto: el placer, que luego se desparrama por otros muchos, pues tantos o más son los pecados que engordan o dan buen gusto. ¿En cuál de los cinco sentidos se enmarca el maridaje entre un párrafo de Zweig y una copa de mi adorado Santa Rosa? No está catalogado este sentido. Es gusto y vista. Es placer. El sexto sentido. O el séptimo.
Por eso siempre recomiendo que cuando optas por pasar una tarde con un buen libro hay que elegir también el vino que le va al caso. Puro placer. El otro día recomendaba una música para Sampedro y a Maler lo recomendaría para un libro atormentado. Ahora recomiendo un vino para leer. El vino no desenfoca la vista. La anima. Puedes ver más cosas ¿Pero qué vinos elegir? Y siempre vino. Eso de las bebidas espirituosas son una mariconada. He hecho una encuesta al uso y he encontrado buenas respuestas.
Así que un Peregrino crianza para un libro mágico como El intenso color de la luna (Giordina Belli) es un maridaje perfecto. Libro y vino te dejan la boca y la mente repletos de placeres inconfesables. Son ese sexto sentido de mil lujurias cuando una mujer sensual es la protagonista de la novela.
Ya digo. Cualquier Zweig con Santa Rosa. Perfectos. Te recreas en copa y letras y al final del capítulo la lengua se mueve hacia ajenos lugares profundos. Y eso que Zweig es sensualmente seco, pero escribe tan bien como sabe este vino. Si quieres ambientar la cosa, le echas una miradita a Adulterio de Paulo Coelho. No es gran cosa, pero permite centrarte en el vino de las bodegas de Eduardo Mendoza.
El hereje impertinente de Giordano Bruno lo leo a trozos, como si fuera un
vino duro. Me encantan esos personajes incorrectos que generaron conflictos históricos solo por dudar de lo correcto. Es como leer las Memorias de Adriano. Pura incorrección. Un amigo me recomienda un clásico. Un vino de orden como Emperatriz, no vaya a ser que después de leer a Bruno te enfrentes a la Santa Inquisición y rompas la tele. ¡Un poco de equilibrio señores!
Otro amigo me recomienda un vino como la Gitana (fuego y oro) para libros fáciles. ¿Qué tal El abuelo que saltó por la ventana y se largó? Divertido para un vino que te haga cosquillas en el paladar. Solo un par de sentidos, que no siempre vas a estar a tope.
Me gusta Pérez Reverte, aunque solo sea por aquello que decía Harry el Fuerte (“Las opiniones son como los culos, cada uno tiene el suyo”), como he repetido algunas veces. Pero no le encuentro el vino. ¿Quizá una cosa ligerita. Un blanco catalán. El Protos de Ribera me parece muy fuerte para La piel del tambor.
Y luego botellas cortas para libros de larga lectura: Mediterráneo de John Julius Norwich o la trilogía de la La Forja de un rebelde, de Arturo Barea. El gusano de mezcal de Miguel Sandín exige mucha concentración y mejor habría que ir a uno de Toro. Cosa de hombres, como el mezcal. Y perdonen el machismo.
Cierro con algo delicioso. Un Casta Diva de 2013 para leer a El arte de amar de Ovidio o el Collar de la Paloma de Ibn Hazm de Córdoba, mientras también escuchas Norma de Bellini. El problema de estos libros y esa música es que exigen compañía y sueles olvidar el vino, que en este caso me importa poco. Lo puedes dejar para después del recorrido por la piel ajena.