Algunos de nosotros hemos tenido la suerte de vivir en primera persona verdaderas adversidades que han motivado el replantearnos nuestra forma de actuar y de proceder ante la vida.
En ese tipo de situaciones sentimos un abatimiento casi absoluto, que se traduce, más que en una sensación de cansancio físico, en una carencia de cualquier fuerza moral, hundiéndonos en el desánimo y en la apatía del día a día, por lo que empezamos a buscar soluciones fuera cuando al final las terminamos encontrando dentro.
Refiriéndome a mi caso en particular, recapacité sobre todo lo que me había acontecido, profundizando no sólo en el cómo sino también en el porqué, a la vez que iba tomando una serie de notas que originaron la escritura de mi primer libro.
Convencido de querer cambiar esa realidad, intenté sacar algo provechoso de todo ello, contemplándolo bajo otro prisma y adoptando una actitud positiva.
No resultó nada fácil, sin embargo, a las pocas semanas fui capaz de ir asimilando y superando aquella situación.
Con el paso del tiempo, esta nueva forma de ser me ha convertido en un hombre equilibrado, agradecido, ilusionado y responsable de mi mismo. He aprendido a vivir con alegría y he descubierto lo que es realmente importante en la vida, huyendo de cualquier tipo de dramatismo, pensando que todo lo que nos sobreviene obedece a alguna determinada razón o enseñanza.
Quizás, y a pesar de que -a día de hoy- tengo un hueco por llenar en mi corazón, sea un entusiasta, no soy quién para afirmarlo. Pero con esas premisas he iniciado una experiencia de vida evolutiva siempre con un profundo respeto hacia los demás.
Creo que es precisamente esa actitud la que nos enseña a aceptarnos como somos, con esa sabiduría íntima que posee cada uno de nosotros, y que -entiendo- constituye la base de nuestra felicidad. Una felicidad que nos es inherente por propia naturaleza.
Esa misma actitud es también la que nos indica que debemos de aprender a vivir y no a sobrevivir. Sin miedos ni temores, sin transformar nuestras existencias en una mera cuestión de supervivencia, sino gozando y disfrutando de ese regalo que es la vida, porque sin darnos cuenta se nos escapa como el agua entre los dedos de una mano.
Tenemos la vida que tenemos, nadie la puede vivir por nosotros, no es posible cambiarla, pero lo que sí podemos modificar es nuestro talante y nuestro modo de ser, haciendo de ello ese elemento multiplicador que hará crecer nuestro valor como personas.
La actitud sólo depende de uno mismo.