ATARDECER EN EL HOTEL V
Es verano, en la terraza del Hotel presencio por casualidad una conversación entre un elegante caballero con un impreciso acento andaluz y una enigmática señora de edad indefinida a la que llama su musa.
Musa.- En cierto modo te ayudé a morir en nueva York. Quiero decir a cambiar poéticamente. Te lo puse fácil.
Poeta.- Claro, yo indagaba entonces en mi lado de ángel caído y aunque el blanco pasadizo que tenía que recorrer para cambiar era grande para mi espíritu, e imposible para mi ser aparente y corpóreo, lo logré sin apenas resistencia. Y agradecido te escribí: Y yo por los aleros, que serafín de llamas, busco y soy; pero el arco de yeso, ¡qué grande, que invisible, qué diminuto! ¡sin esfuerzo!
Musa.- La visión del mundo desde este nuevo punto de vista poético, debió de resultar a menudo desagradable.
Poeta.- Es duro observar a esas personas sin alma, como seres con formas definidas, reales en el exterior pero sin verdad alguna que las habite y que desean llenar sus vacíos. Verlas simular obediencia al amo, o reprimidas en la aceptación del pecado. Seres que se han quedado en el molde de un fósil, desesperados por encontrar una razón de su existir, y por el inicio de su pasión por la vida. Como quise decir con: Mira, formas concretas que buscan su vacío, perros equivocados y manzanas mordidas. Mira el ansia, la angustia de un triste mundo fósil que no encuentra el acento de su primer sollozo.
Musa.- Usando aforismos expresabas la lucha entre el deseo de ser y el de aparentar que es la vida vista así.
Poeta.- Como aquel filósofo que expresaba, que todo nuestro pensamiento nos llega por los sentidos pero que los ecos que deja nuestro espíritu nos sobreviven en el mundo. Así lo dije: Toda la luz del mundo cabe en un ojo. Canta el gallo y su canto dura más que sus alas.
Musa.- ¿Se trataba de una nueva espiritualidad?
Poeta.- Creo que no, no existe un alma que no venga ya en la esencia intemporal del ser humano; tan solo una pasión instintiva por lo imaginario, y la obligación de cada ser de habitar su momento. El siguiente aforismo lo aclara: No hay siglo nuevo ni luz reciente. Sólo un caballo azul y una madrugada.