Esta esa la historia de un francés y un irlandés que pasean juntos. Cada uno va dando su sentido poético a los paisajes, exterior e interior, que van viendo. Les acompaña un poeta japonés, muy callado, enigmático y silencioso.
Hasta el mismísimo poeta francés tiene recuerdos de muertos personales.
Muertos a gusto en este cementerio
la tierra abriga y seca su misterio.
Allá en lo alto va el mediodía quieto,
introspectivo, dios de propia secta.
Testa completa y diadema perfecta,
soy yo en ti como voluble secreto.
¡Solo yo conseguí aplacar tus miedos!
¡Dudas, penas y culpas, mis pecados,
son el defecto de tu gran diamante!…
Pero en su noche de mármoles quietos
vaga un pueblo entre raíces de setos
que lentamente se ha hecho tu amante.
Ellos fundieron como espesa ausencia
la roja arcilla con la blanca esencia
y el don vital donaron a las flores.
¿Dónde están muertas frases familiares,
y el arte de las almas singulares?
Hila la larva lo que eran dolores.
Vivos gritos, cosquillas, piel sudada
ojos, dientes, y pestaña mojada.
Bello seno jugando enciende el fuego,
brilla sangre en los labios que se ofrenden
dedos tapan y oculto don defienden.
¡Todo vuelve enterrado al nuevo juego!
Descubre el irlandés el gran secreto que guardan las esculturas antiguas, y les pide ayuda para salir del cuerpo que aprisiona su espíritu.
A vosotros, sabios que habitáis el santo fuego de Dios
en ese mosaico dorado de la pared,
venid desde la fogata sagrada, en giros concéntricos,
y sed los maestros de canto de mi alma.
Devorad mi corazón entero; enfermo de deseo
y atado a un animal moribundo
que no lo reconoce; y guiadme
hacia el artificio de lo eterno.
Compone para sí, el poeta silencioso, un poema corto pero intenso.
Ternero joven
en país bullicioso
ancianos locos.
Julio Alcalá
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