La verdad de Montaigne
Jesús Montesinos
Un amado consejo me trae los Ensayos de Montaigne (Acantilado) a la mesa justo cuando me empiezo a saturar de las frustrantes correrías del Comisario Jaritos (Petros Markaris) intentando emular a mi admirado Pepe Carvalho ( o precediéndole, que no sé quién fue primero). Y Montaigne me llega cuando más necesitado estoy de discernir entre la verdad y la posverdad.
Los ensayos que en 1580 escribió el francés obligan a lo que no se hace con Jaritos. Hay que leerlos con lápiz y vaso de vino en la mano. A Jaritos hay que leerlo de tres tiradas. Y a Vazquez Montalban y su Carvalho hay que leerlo en la cocina y con una mujer pegada, probando las recetas que desgrana Biscuter. Así que me he puesto a la faena.
Para la copa de vino dudo entre un Santa Rosa de Eduardo Mendoza o un Chateau le Puy de Burdeos. Y al final he optado por los gabachos, porque no sé si los principios de Montaigne serán demasiado suaves para un vino duro como a veces salen de la Denominación de Origen Alicante. Mi lápiz suele ser un Staedtler de mina gruesa. Marca como un bolígrafo pero se puede borrar. Aunque nunca borro lo que subrayo en los libros (siempre están llenos de rayas y comentarios). Si algún día los marqué fue por algo, aunque ese momento haya pasado.
¿Música? A veces sí y a veces no. Pero opto por poner a Chopin en versión de Khatia Buniatishvili. Si tengo suerte la georgiana no se desmelenara y solo sacara pecho al final, y para entonces ya habré acabado la segunda copa y 50 páginas de Montaigne y estaré arrebolado. Entonces pondré su Tchaikovsky. Supremo para esta Bellonce del piano.
La versión enamorada de los ensayos es la que hizo Marie de Gournay, que pese a ser un poco más pesada en la traducción te traslada al momento: lenguaje, párrafos y moralidades varias. No hay ajustes contextuales. Aunque de este autor su mejor parte es el reconocimiento de la sociedad líquida en la que vivía, tal como él la define antes de que Bauman la reinventara cuatro siglos más tarde.
Crítico con Erasmo y Maquiavelo era además inmoralista, lo que aún me encanta más. Aunque en las primeras páginas he encontrado un buscador de la verdad. Demasiado para mi cuerpo reconocer en una sociedad políticamente correcta que el fin no justifica los medios, tal como defiende el maquiavelismo moderno. “ La verdad está fuera de nuestro alcance, pero buscarla es irrenunciable.”
En fin. Voy a ello. Les cuento en un par de semanas qué tal Los Ensayos y, aún más, qué tal el vino. Aunque creo que acabaré antes con el Burdeos que con las 1.600 páginas de Acantilado.