Pues el otro día me metí en una tienda de esa que tienen cosas que te entran por los ojos y encima están a muy buen precio. De esas que te pierden y de las que sales siempre con algo porque:
-¿Cómo no voy a comprar un escurridor de platos tan mono si encima está a dos euros?
Tú ni te planteas que no tienes sitio para un escurre platos, que ni siquiera escurres los platos porque puede que hasta tengas un lavavajillas último modelo. Pero mira yo, en mi infancia, era de los que compraba el primer fascículo de todo porque por 100 pesetas te regalaban un fichero para coleccionar fichas de mecánica de coches (aunque me la trajese floja todo el mundo automovilístico) o, ¡me quedo muerto!, te adjuntaban un fichero de plástico duro con separadores incluidos para meter las fichas de «¡Insectos por el mundo!».
Ni decir tiene que mi madre estaba aterrorizada porque siempre me veía llegar con un cartón tamaño paella para doce en el que incluían el primer fascículo y ese regalo preciado que pasaría a formar parte de mi dulce Síndrome de Diógenes «fascicular» (que nada tenía que ver con ventrículos ni corazones enfermos).
Y ahora me vais a decir que no vivisteis aquella época dorada de fascículos semanales con regalos de escándalo. Hoy ha cambiado un poco la cosa pues el precio es bastante más algo pero siempre te dan algo para picar y que empieces a construir La Giralda de Sevilla tamaño natural.
Total, que el otro día (que me voy por las ramas), entré en una de esas tiendas y vi una lamparita de esas solares que las pones en tu jardín e iluminan las noches estrelladas. Mi cabeza se vio el jardín repleto de luciérnagas de mentira que tan sólo pedían unas migajas de sol. ¡Y tan sólo costaban UN euro por unidad! ¡¡Quién no va a comprar eso!! Yo iba a iluminar hasta El Retiro con esos palitos maravilloso que costaban ¡¡UN EURO!! (repito).
Así que me fui emocionado cual niño de diez años con el primer fascículo de «Construya su Central Nuclear en diez pasos» y coloqué las lamparitas en mi pequeño vergel de jardín. El día era soleado. La noche iba a ser un escándalo del que hablarían hasta en Sálvame. No sabía si organizar una pequeña fiesta en la colonia como si fuese la ceremonia de iluminación de Navidad o las luces ganadoras de las Fallas de Valencia. El momento prometía. Me fui a trabajar y cuando volvía de noche ya representaba en mi cabeza lo que iba a ocurrir. Abriría la puerta del jardincito y vería esas luces cual hadas nocturnas dándome la bienvenida.
Entré.
Nada.
Pero Nada. Nada.
Oscuridad. Pensé que igual no se habían cargado lo suficiente. Que no les había dado el sol. Que como valían un euro necesitaban mes y medio de carga. Así que las miré algo con lupa (porque de todos es sabido que soy un gran experto en paneles solares) y no vi nada raro. La verdad es que no vi nada raro porque tampoco sabía lo que mirar.
Pensé que igual al día siguiente se obraría la magia.
Nada.
Pero Nada. Nada.
Así que me planteé ir a la tienda y decir que «mire usted, que cómo se les ocurre tomarme el pelo. Que un euro es un euro como una rosa es una rosa. Que Mecano sabía mucho de todo esto».
Pero me dio vergüenza y seguí mirando los palitos de colores y pensando que igual me servían para hacer pinchos morunos. Pero mi cabeza no paraba de dar vueltas y, sobre todo, echarle coraje y entrar en la tienda para reclamar mis derechos.
Lo he hecho esta mañana. He entrado y les he dicho que «el otro día os compré unos palitos de estos solares que van con el sol, por eso son solares (risas enlatadas) y llevo varios días y esto… que no van».
La dependienta me ha mirado muy muy amable y se ha dirigido conmigo al lugar en el que las tenían expuestas. Yo no sabía cómo se iba a desarrollar la situación. Igual me regalaba todas las existencias de lamparitas y yo me iba más contento que unas pascuas. ¡Qué nervios! Así que ella ha cogido una lamparita, le ha quitado una tapa y me ha preguntado:
-¿Le has dado al ON?
Me he quedado algo callado sin poder reaccionar. ON. Mi cabeza ha valorado todas las posibilidades. La puerta me cogía muy lejos para desaparecer. Debía de enfrentarme al momento. Abro la boca. Hablo.
-Ah, ¿pero tiene botón de ON?
No miréis así las letras, por favor. ¡Valía UN EURO! ¿Cómo iba a pensar que por un EURO me iban a dar una lamparita con bombilla, cuerpo de plástico, panel solar y BOTON ON? ¿Estamos locos? Así que como la chica me miraba con cara de «te he pillado» yo he preguntado:
-Ah, ¿pero tiene botón de ON?
Estaba como en bucle. Porque SÍ, tenía botón ON. TIENE botón ON. Le he dado las gracias efusivamente y la he dejado gritándome:
-Vamos, pero que si no funciona las traes y te devolvemos el dinero.
Las voces se han quedado atrás. Tenía que llegar a casa y ver si mis lamparitas tenías botón ON. Si funcionaban. Si aún me quedaba esperanza. Y sí. Amigos y amigas. SÍ. Tiene botón ON. Lo he accionado, me he metido en un lugar oscuro de casa y ¡ZAS! se ha hecho la luz. Creo que hasta he escuchado el Hallelujah de Händel.
Y esta noche, cuando llegue a casa iré a la luz porque… esta noche, por fin, mis lamparitas se llenarán de esa luz que llevan acumulando días y días. Igual si salís al balcón y miráis al cielo podréis ver un resplandor que viene de Madrid. Un resplandor que sale de mi casa. Pensad en mi si la luna está algo más brillante que de costumbre. Esta noche la luz la pongo yo.
Eso sí… cuando compréis algo, por favor, por favor, mirad si tiene botón ON… que luego pasa lo que pasa y se te queda la cara de tonto para los restos.
Javier Espinosa.