El poeta ha comido demasiado. Durante la siesta tiene un raro sueño en el que se ve disociado en un espíritu que viaja por el mundo del más allá de la muerte. Mantiene con él en sueños una irreal conversación. Escucha a su alma cómo se encuentra en ese viaje sola y sin apoyos, viajando por un territorio nuevo y difícil en el que queda claro que ha de rechazar angustiada la ayuda de ángeles, seres humanos y animales a los que se va encontrando.
Si yo gritara,
¿Quién me escucharía
por las estancias de los ángeles?
Y en el supuesto de que alguno me acogiera,
así de repente, con cariño:
es seguro que yo perecería
debido a su fortísima fuerza vital.
Puesto que la belleza es tan solo
el envoltorio de algo terrible
algo que a duras penas soportamos
y que nos llena de maravilla,
quizá porque no nos mira cara a cara,
para no tener que aniquilarnos.
Cada ángel es terrible en sí,
por tanto tengo que contener mi llamada
y tragarme el reclamo de mi oscuro lloriqueo.
¿De quién podemos echar mano entonces?
Ni de los ángeles ni de los hombres.
Y para colmo,
los instintivos animales se dan cuenta
de que no estamos muy a gusto
en el mundo de la realidad.
Julio Alcalá